Berta es una mujer que vive en un barrio donde se ve abocada a la causa social, ella está plena de vida, pero en su día a día, siente un vacío en sus entrañas. El calor de ser deseada y poseída le inunda en sus pensamientos como un torrente de energía que la devora.
Una tarde, volviendo de su voluntariado en el barrio hacia su casa, se detiene frente al escaparate de su zapatería y allí el dependiente, a través del cristal, le hace un gesto con su mano, invitándole a entrar. Berta, que cuando va por la calle no se le escapa detalle de los hombres con los que se cruza e imagina perturbadoras escenas con cada uno de ellos, siente que esa llamada sorprende su imaginación que va alimentándose a cada paso hacía él.
Frente a frente, son dos personas seguras de sí mismas,
una Berta seductora de blusa vaporosa dejando entrever su lencería y su dependiente, con su atributo masculino tomando volumen, no aparta la mirada de los labios de ella, rompen las barreras del desconocimiento para adentrarse en una conversación sórdida para dos desconocidas. A vista desde la calle, se intuye cercana, él le aparta con cuidado el cabello de su cara, ella se muerde con suavidad sus labios, sabiendo que son objeto de deseo y bajo el consentimiento mutuo, se funden en uno de esos besos de lengua y saliva devoradores.
Berta siente su humedad, le agarra de su mano para adentrarlo al fondo de la zapatería, a resguardo de miradas indiscretas, desliza sus dedos por la entrepierna de su dependiente para sentir su masculinidad y él se estremece por el atrevimiento de su dama.
Hay un antes y un después del roce íntimo desencadenando una energía sensual y descontrolada sobre sus cuerpos, se desnudan con habilidad, bien erguido y ella jugosamente húmeda, siente que ha de satisfacer los deseos de su hembra de ser devorada y penetrada por él.
No todo culmina con los gemidos de ella, es el inicio de una atracción puramente viva, la que ella deseaba, ahora sabe que puede disponer de su nuevo amante en la trastienda cada cambio de colección.